Otro año más, los hijos de Peña Redonda vuelven al pueblo de sus padres, de sus abuelos, de sus antepasados, para disfrutar durante unas semanas de la paz y del aire que baja cargado de energía desde las cumbres del Gilbo.
Ir a la fuente por agua, echar una partida de bolos, tomar una cerveza bajo los chopos de sorribero, dar un paseo por cotoloro… son cosas que uno asocia a la libertad de agosto en Carande. Porque Carande, para mí, como para muchos de vosotros, no es más que la esencia de la felicidad. El primer beso o el primer amor están aquí escritos. La primera experiencia con la montaña o la primera trucha fueron grabadas desde el Alto la Horca.
Y para muchos más; miles de batallas, anécdotas legendarias, partidos de futbol o simplemente largas siestas despejando la fiesta de Riaño, se encuentran reposando en lo más recóndito de la fuente del hoyo.
Pero Septiembre siempre es puntual cada año, y con él, un año (aunque oficialmente aún queden cuatro meses) se despide entre el cierzo que ya va bajando de Valdeburón más frecuentemente. El pueblo se queda vacío y la vida se esfuma en pocos días para dar a paso a esa milenaria melancolía que cada otoño se estanca entre las rojas hayas de La Sierra.
Atrás quedaran días de fiesta, risas y alegría. Noches de amor, magia y para muchos, de abundante bebida. Lejos quedarán aquellos días de principios de Agosto donde la ilusión, la expectación y la esperanza reinaban en nuestros corazones cuando todavía atravesábamos el muro de la fatídica presa.
Manos a la obra.