miércoles, 20 de agosto de 2008

Lobos, osos y demás personajes de Carande


Deseo abrir aquí una primera parte de un tema muy familiar y fascinante en este pueblo. Lobos, Osos y demás personajes es (o espero que sea) una recopilación de todas aquellas historias que desde pequeños se nos contó, o oímos contar a la luz de la lumbre, sobre anécdotas y curiosidades que habían pasado en las carnes de algún habitante del pueblo en relación con todas esas criaturas (reales e imaginarias) que vivían en la sombra del hayedo.
Estoy seguro que en cada casa de Carande existe una peculiar historia vivida por algún pastor, cazador o arriero. Un encuentro con el oso, una carrera delante de los lobos, una aparición inesperada… Os animo a todos a que nos mandéis vuestra historia y así podamos hacer una gran recopilación de la tradición oral Carandiella, y por lo tanto, preservar nuestra cultura leonesa que empieza ya a estar en peligro de extinción.



“Obos”

Quiero comenzar contando una historia que ocurrió ya hace más de setenta años, cuando Carande todavía era un pueblo desconocido para muchos, sin carretera, sin teléfonos, sin luz… pero con unos montes que albergaban el mayor competidor contra el hombre entonces, el llobu.

Contaba mi abuela que un vecino había ido a pasar la tarde a Remolina a visitar unos parientes. Llegando el atardecer, el descuidado carandiello decidió partir hacia su pueblo ante las advertencias de los vecinos de Remolina que le aconsejaban que no partiera hasta el amanecer pues sabían que el lobo ese invierno estaba algo enrrabiáo y solía aparecerse muy a menudo en los caminos, y sin la protección del sol o de alguna escopeta, un solo hombre contra una manada de hambrientos cánidos, poco podía hacer.
Pero el carandiello era valiente y solo aceptó llevar un manojo de paja y una caja de cerillas y no tardó en partir hacia su pueblo desoyendo las sabias advertencias de los de Remolina.

Supongo que subiría primero hacía los puertos de Horcadas (recuerden que en estos años este era el camino más corto y habitual hacia Carande, no había presa ni carreteras…) y supongo que fué por estos parajes que separan Horcadas de Tejerina donde el caminante se dió cuenta que no estaba solo en el sendero. Un lobo de repente se cruzó en su camino desapareciendo luego entre unas escobas. Al poco rato apareció al fondo del camino para luego desaparecer de nuevo. El carandiello comenzó, ya con el pulso un poco desafinado, a encender la primera cerilla y quemar un poco de paja.
Cuando pensó que el lobo se había ido, cuál fue su sorpresa al ver aparecer al borde del camino tres lobazos grandes como mastines que no paraban de ir de un lado a otro del camino. El pulso se le aceleró cuando vio que la noche iba cayendo y todavía quedaba una hora de camino hacia Carande. Comenzó a andar cada vez más deprisa a la vez que prendía con mucha ansia pequeños manojos de paja. Los lobos seguían a su vera hasta que de repente uno se colocó detrás de él y le golpeó con el hocico en sus piernas, haciendo que el aterrado carandiello casi tropezara ( ¡ y menos mal que no lo hizo ¡ ) y cayera. El hombre intentó mantener la calma y seguir rígido y recto, aunque su espíritu estaba tan consumido como la paja que iba poco a poco desapareciendo. No paraba de pensar si sería prudente agacharse para coger una piedra o un palo, pero al final nunca llegaba a hacerlo porque el miedo le tenía paralizado. Rezó a todos lo santos habidos y por haber y suplicó a todos los pastores, mastines, cazadores, guardias civiles y más gente que aparecieran de repente en frente suyo y que acabaran con esa pesadilla.
Él sabía que el fuego asustaba a los lobos, y era una obligación mantener ese fuego de esperanza hasta la collada de Carande. Los lobos siguieron cruzándose en todo su camino, a veces desaparecían y aparecían como un fantasma al lado de él, dándole unos sustos al pobre carandiello que ni el mejor de los fantasmas hubiera podido hacerlo.

El caminante aceleró el paso cuando pasó la collada que entra al valle del Carandín y aunque llevaba todo el camino pensando que no lo podría hacer cuando llegara el momento, sacó de su más profunda alma, ya muy debilitada por la terrorífica compañía, un berrido, y otro, y otro, y otro... No eran palabras, eran súplicas, alaridos como de ultratumba, pero sirvió para alertar a los mastines de Carande que salieron del pueblo ladrando en dirección a la collada.
El caminante, cuyas manos empezaban ya a estar algo chamuscadas entre las últimas raminas de paja que le quedaban, empezó a correr al encuentro de los mastines y los lobos, que no son tontos, dieron media vuelta cuando olieron la llegada de los perros.

El carandiello, pálido, helado, sin respiración, sin habla, entró al pueblo ya en noche cerrada. Los vecinos de la primera casa creyeron ver a un fantasma de lo blanco que estaba el hombre y le mandaron rápidamente entrar para que se calentara y se tranquilizase, pues el pobre caminante estaba a punto de un infarto.
Cuando le preguntaron que había ocurrido, qué le había pasado en el monte para que viniera tan aterrorizado como estaba, solo pudo responder lo que muchos ya sospechaban: “O… obos, ooobos, o…bos, obos, lobos, loooobos”


Cuenta mi abuela que tardó algunos días en recuperarse. Sin duda alguna, fué el viaje más largo de su vida.






(El lobo es un animal que muy raramente ataca al ser humano, y si lo hacía era en tiempo de mucha hambre en el monte o de terribles nevadas que hacían desaparecer cualquier vestijio de vida en la montaña. El lobo tiene mucho respeto al hombre y por cada oveja que cae en colmillos del cánido, caen seis lobos en manos del hombre. El lobo, al igual que los tejos de peña redonda o la bolera de la iglesia, forma parte de la cultura de Carande y es un deber saber conservarlo. )

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